miércoles, 17 de junio de 2009
Roto y compuesto
Recuerdo que a finales de 1991 estaba un sábado haciendo un curso los fines de semana en el centro de Barcelona y en la media hora que nos daban de descanso me di un atracón a caminar y me planté en la tienda Norma Cómics que abrió en la calle Rosselló y ya hace tiempo que no existe. Allí pude hojear el Tótem el Cómix número 62, con una portada perturbadora y provocadora de Toshio Saeki, en que se publicaba nuestra historieta Rómpeme. Tengo para mí que ese fue uno de los momentos más felices de mi vida o, al menos, como tal lo conserva mi memoria. El cumplimiento de un deseo largamente albergado: publicar un guión en una revista editada profesionalmente. No lo compré (supongo que si no lo hice es porqué esperaba que el editor le pasase mi ejemplar a Martín durante la semana entrante; desde entonces debo decir que he comprado en puestos de segunda mano tres o cuatro ejemplares), pero regresé henchido de felicidad al curso, sin haber alimentado el cuerpo con el almuerzo pero sí aumentado el ego, que en aquellos momentos me pareció tanto o más necesario que la satisfacción alimenticia.
El guión, examinado casi dieciocho años después, me parece modélico de lo que le pido yo a un guión: dobles sentidos, sucesos paralelos, argumento in crescendo y desenlace necesario. También, por otro lado, es modélico en algunos detalles que jamás debería contener un guión: diálogos artificiosos y que subrayan lo ya expuesto en el dibujo, la confusión de voces, o el empleo de metáforas que tiran de espaldas de tan evidentes que resultan.
La poesía es de Antonio Machado y es una excusa, una maravillosa excusa, que enlaza las dos líneas argumentales de Rómpeme. También pretende servir
como metáfora de la necesidad de agarrarse a la belleza, en este caso a la poesía, para soportar lo humanamente insoportable, en este caso la tortura. Un poco en la línea de lo que Viktor Frankl expone en El hombre en busca de sentido y de lo que creo que Carlos Giménez sintetiza mejor en su personaje Carlitos de Paracuellos. Esto es, que el arte puede llegar a ser un asidero para sobrevivir, para no ser cómplice de los canallas, para no volverse loco en el caos, o, simplemente, para que por más que lo intente el mal no nos manche.
En Rómpeme sólo aparece el primer cuarteto del poema. Continua así:
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
Ha pasado un caballero
-¡quién sabe por qué pasó!-,
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama
su dama y su blanca flor.
Me supongo por aquel entonces enamorado de los versos de Lorca y Machado y, en general, de la vertiente popular de la poesía. Esa poesía a un tiempo exquisita y popular y a un tiempo verso y canción. Poemas que se cantan o canciones preñadas de versos; tanto da.
El dispar de Rómpeme proviene del descubrimiento de que en los últimos momentos de vida, enfrentado a un sufrimiento agónico, el macho humano eyacula antes de morir. Si el semen es un símbolo de vida en casi todas las situaciones, me fascinó que en dicha ocasión se asimilase a lo opuesto. Montar a partir de esta imagen, dos eyaculaciones paralelas con significados opuestos, un argumento que desembocase en ella no me fue difícil.
Para elevar el andamio argumental sólo hizo falta juntar fascinaciones y querencias. El eco de todo es Sudamérica, aunque no hay un lugar geográfico exacto. Siempre fui un lector entusiasta por entonces de Gabriel García Márquez, pero afortunadamente no me dio por desbarrar con algo de color local en el idioma, mediante giros propios del español que se habla en Hispanoamérica, cosa que tiempo después agradezco profundamente ya que en caso de haberlo hecho el sonrojo al releerlo tanto tiempo después vetaría su publicación. Chile, Argentina y las dictaduras militares alentadas por los EUA y que sufrieron en carne propia millares de desaparecidos, torturados y secuestrados, siempre han formado parte de mi imaginario más que la dictadura franquista, simplemente por cuestiones de mi propia edad biológica.
La narrativa, creo que entonces apenas sabía qué se definía bajo este concepto, me parece estrepitosa y si hay algo de ella que se pueda mirar sin sonrojo es debido al arte y al esfuerzo de Martín Pardo por casar la polifonía de voces con las imágenes en sólo siete páginas. Visto ahora poder disponer de una o dos páginas más habría servido para que la historia respirase más, especialmente en su tramo final.
Vistas ahora se me antojan demasiado evidentes las metáforas. Soledad de nombre, cuando no está sola, las descargas eléctricas como temblores pre-orgásmicos, el tiempo nublado como preludio de un desenlace trágico, la picaresca del preso con su torturador para forzarlo a acabar su tormento con la muerte, o el sudor que se confunde con la lluvia. También hay algún diálogo infame, por demasiado evidente, como el que aparece en la última viñeta de la página cinco. Supongo que algún logro habrá aunque no me corresponde a mí el señalarlo, ya que el vínculo que mantengo con Rómpeme no es analítico sino principalmente sentimental.
Por supuesto, nada de todo esto hubiese sido posible sin Martín Pardo al ilustrar y sostener el guión. Por todo ello, y por permitir de este modo mi estreno profesional como guionista de tebeos para adultos, debo brindarle las gracias.
Quim Pérez
Sitges, Mayo 2009
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